Como en el Camino, los símbolos están
unidos al oficio de caminar e itinerar por el mundo. Y lo cierto es que el
peregrino, en su indumentaria hacia Santiago, se identifica sólo con aquéllos
que son llevaderos, y que al tiempo lo incrustan y empotran en el propio camino, al tiempo que lo visten y le sirven de apoyo y refugio.
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Caminante con su sombrero de ala ancha, mochilas y bordones regulares de avellano |
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Caminante con insignia de la compañía y equipo completo. |
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Bordones con calabaza de símbolo |
El primer símbolo es el bordón, o largo bastón, o cayado, que es el clásico ejemplo de símbolo
críptico que ha sido relacionado con distintas tradiciones y prácticas
rituales. De avellano o fresno, siempre ha sido de madera de árbol, pues
en caso contrario no hay cante digno que brote de su mástil, y sobre él se tallaban
y se tallan los sueños y distracciones habidos en el Camino, y con estos
mimbres se hacen los templos de aire que encandilan a los caminantes, del mismo
modo que los canteros esculpían sus enseñas y divisas sobre los sillares de
piedra que sostienen los santuarios o las casas de reposo que reciben a los ruteros
de las estrellas. El bordón es tan alto como lo es uno, o más, y según la costumbre antigua debe
ser fruto de obsequio, intercambio o esfuerzo: es un don, y como tal no puede
comprarse. O lo conquistas, o te lo regalan o te lo haces.
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Talla del bordón que sujeta concha de Santiago |
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Punta de bordón tallada |
El capote o chubasquero largo es la esclavina antigua, un antiguo ropaje de
esclavos y sirvientes, luego reemplazada por una larga capa de cuero, y que hoy cubre la mochila y el cuerpo completo.
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Peregrinos con equipo completo y conchas al pecho |
Sobre la cabeza, contra el frío o
el sol, sigue prestando servicio un buen sombrero de fieltro de ala ancha, el
pétaso; pues en todo caso, el caminante va y debe ir tocado con gorra o sombrero.
Al
cinturón, la escarcela de piel de cuero de ciervo es hoy una riñonera, vieja
pera y saco donde van a parar mensajes de dónde quedar y credenciales,
pocas.
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Misión cumplida |
A la espalda, viene el morral o
mochila de medio cuerpo, siempre con poco peso, que a este camino se viene
descargado y desprendido de todo aquello que cree imprescindible; no ha de
faltar en él cabo de vela, mínima linterna, navaja, saco de dormir y, en lugar
preciado, la calabaza que hoy es cantimplora o botella de agua, fontana viajera de la regeneración.
Completa el hábito la concha marina, la vieira, testimonio de respeto al
océano primigenio de donde parte la vida, venera y venero de la unión amorosa,
pátera de sacrificios, cuna uránica desde donde mira la diosa Afrodita, Venus, la
amante siempre dispuesta, la hija de la espuma del mar.
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Caminar sobre las aguas, cruzar puentes, unir territorios... |
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Caminar para tocar el cielo, y tocar las nubes... |
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Y para hacer amigos... |
La concha es también una representación del oído, que es el órgano más
importante en el camino, junto con la vista, y así fue esencial para el primitivo
cazador de los bosques, y para los prehistóricos caminantes que debían oír y
sentir a distancia.
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